miércoles, 27 de mayo de 2009

Amicus Plato

Difícil resulta despejar la relación que entre verdad y amor la filosofía dibuja. Merecería a buen seguro una lenta y paciente genealogía, ese trabajo gris y laborioso que se detiene en las minucias históricas, en las variaciones y las rupturas, en las escuelas, en las corrientes, en las sucesivas e interminables derivas. Mas no es este lugar para tanta ambición. Más modestamente, quizá se pueda aproximar uno a la respuesta con la sencillez de aquel que, indolente, hojea un libro recién encontrado mientras olvida que el cigarrillo se consume solitario en el cenicero. Hay una sentencia que siempre me ha producido una cierta desazón. Que ha despertado en mí la puntiaguda sospecha, ha alumbrado un enigma. Se trata de aquella locución latina citada por Ammonio en su Vida de Aristóteles, según la cual el fundador del Liceo habría preferido la amistad hacia la verdad antes que la amistad hacia Platón, su maestro y amigo: Amicus Plato sed magis amica veritas.

Insisto. Algo en la sentencia me resulta inaceptable. No pretendo ser concluyente. Sólo esbozar otra perspectiva. Pues acaso se esconda tras el latinajo una consideración escasamente oportuna de la verdad, demasiado idealista, demasiado platónica. Tengo la impresión --pero sólo es eso, una impresión, una intuición que tiene que ver, antes que nada, con el cuerpo-- de que el amor a la verdad pasa necesariamente por el amor al otro, por permanecer fiel al amigo. El problema de la locución se encontraría en la partícula sed, en esa disyunción que segmenta los dos afectos, el que se dirige al otro y el que se dirige a la verdad, y que, en definitiva, hipostasia la verdad al ponerla a resguardo de la alteridad que el amigo exalta.

Dicho de otro modo. No creo --más esta creencia, repito, no se funda sino en la razón del cuerpo-- que haya otro acceso a la verdad que el que brota a partir del acceso (imposible) al otro. El amor a la verdad se sostiene sobre el amor al amigo, a aquel que, en la distancia, permanece opaco y querido, cuerpo impenetrable, heterogéneo respecto de uno mismo. Es a partir de esa acogida hospitalaria de la alteridad, de lo diferente que permanece como diferente, que se dibuja la rara posibilidad de escucha de la verdad. Porque el amigo, o aquel ser que en el discurso del enamorado aparece como objeto amado, como cuerpo radiante, despunta en su singularidad, se acerca en el movimiento mismo que lo aleja, en el bamboleo que lo trae sin concederlo nunca. La amistad o el amor --el deseo que es afección activa, afirmación sin tacha-- no surgen del hallazgo o la coincidencia sino en el no lugar de un desencuentro. Se despliegan en el espacio vacío de la distancia, incluso cuando en la noche ebria los sexos se deslizan y se rozan y se entrelazan: especialmente en la noche insomne en que los cuerpos avanzan uno contra otro en sucesivos asaltos, como olas frente la orilla.

El amigo, el ser amado, el cuerpo otro, se presenta y persiste siempre como lo no evaluable; y es a partir de esa epojé, de esa suspensión del juicio, que la verdad, en un instante sin duración, nos ofrece el velo que la desvela. Dice la verdad quien dice la sombra, había escrito Celan; mas qué sombra más cercana que la figura fulgente hacia la cual el deseo se proyecta y que acaso no es sino aparición especular de la noche que en uno mismo habita, herida abierta en el interior de quien habla o indaga: la verdad más propia y, al mismo tiempo, la más lejana. ¿Qué loco se atreve a enjuiciar esa presencia a la cual se encuentra atado por un afecto que es afirmación absoluta de la alteridad hermética? Impropia, aquel que cree poseerla la pierde. Desbarata el lugar en el cual la verdad se cobija inmune y precaria. No hay desvelamiento sino en la celebración de una existencia que nos arroja hacia delante y nos enfrenta al vértigo. A la verdad se llega por la vía del afecto. Ella habita en el amigo o en el ser amado, objeto inhaprensible del deseo, en su existir desnudo e intratable que es provocación y cascada, aliento estallado.

lunes, 25 de mayo de 2009

Lección de historia

Tus pueblos han ardido y tus campos/ infecundos dan cosecha de hambre;/ rasga tu aire el ala de la muerte;/ tronchados como flores caen tus hombres/ hechos para el amor y la tarea;/ y aquellos que en la sombra suscitaron/ la guerra, resguradados en la sombra,/ disfrutan su victoria. Tú en silencio,/ tierra, pasión única mía, lloras/ tu soledad, tu pena y tu vergüenza.
L. Cernuda, Elegía española II.

martes, 5 de mayo de 2009

Disculpen las molestias

Estoy siendo devorado por el Leviatán, de Hobbes.

Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia