jueves, 4 de diciembre de 2014

Epicuro, una ética de la desviación



(Texto de presentación de la clase que, gracias a la amable invitación del profesor José Luis Moreno Pestaña, impartiré en la Universidad de Cádiz el próximo día 9 de diciembre)

En su ya clásico El nacimiento de la física, Michel Serres desplegaba un análisis de la física epicúrea y, más en concreto, lucreciana sobre la tesis de la supuesta centralidad teórica de la inclinación de los átomos en su caída libre a través del vacío: el clinamen, la desviación espontánea de los átomos respecto de su trayectoria en línea recta, resultaría el concepto clave a la hora de comprender el materialismo epicúreo, por encima, incluso, de la importancia de esos fragmentos de materia que habían venido siendo considerandos los corpúsculos indivisibles a partir de los que se compondría el resto de los objetos. Sin duda, Serres introducía otras muchas precisiones y desplazamientos conceptuarles sobre los que habrá que retornar, y que conceden una imagen del pensamiento epicúreo levemente distinta de la imagen escolar habitual. Sin embargo, nuestro interés se centrará en observar cómo la física epicúrea no sólo comporta una peculiar cosmología o una teoría física que puede parecer relativamente innovadora incluso para nuestros contemporáneos en la medida en que parte de supuestos muchas veces desatendidos en la modernidad. Nuestro interés se dirige más bien a detallar cómo funciona la teoría física en el interior de un proyecto filosófico y, más rigurosamente, ético. El epicureísmo es, antes que nada, una escuela ética. Podemos afirmar, siguiendo a M. Foucault o a P. Hadot, que su virtud y su éxito consistieron en su capacidad para diseñar un estilo de vida, una forma de existencia según una racionalidad específica, diferente de las de otras escuelas de su tiempo frente a las que se encontraba en competencia.

Así pues, ¿en qué sentido podemos decir que la física epicúrea, el materialismo de la desviación, tiene una dimensión ética o, incluso, que es parte vertebral de una apuesta existencial? Alejados de las lecturas (quizá justificadas, dado el texto lucreciano) que observan en el clinamen el fundamento de la libre voluntad humana, la tesis que sostendremos remite a la lectura que Hadot diese de las sectas filosóficas antiguas: el estudio de la física es, digámoslo con el francés, una modalidad concreta de ejercicio espiritual, es decir, una forma de la práctica existencial o, como prefería Foucault, una técnica de sí. En definitiva, se trataría de un entrenamiento en la virtud. El estudio de la física resulta, en una ética antiteleológica como es la epicúrea, sinónimo de ataraxia. No un medio para alcanzar la felicidad, sino uno de los nombres de
la felicidad misma. Permite, como observaremos, desprenderse de aquello que perturba el alma; pero, también, y, probablemente, más importante, permite gozar del instante presente como del lugar en el que coagulan todos los placeres posibles de la existencia.

Para hacer visible este carácter gozoso del estudio de la física materialista resulta del todo necesario sumergirse en los postulados que dicha física introduce. Para ello nos apoyaremos, además de en la ya mencionada lectura de Serres, en la hipótesis althusseriana del materialismo epicúreo como materialismo aleatorio, la cual, entendemos, a su vez se apoya en las nociones de diferencia de Derrida o de diferencia sin concepto de Deleuze. El átomo aparece bajo estas lecturas no tanto como sustancia primera e indivisible, sino como abgrund, fundamento desfundamentado, como ausencia de fundamento. El marco formado por átomos y vacío serviría así para pensar el Ser en su dimensión material, diferente de los entes concretos que constituyen el mundo, y contra todo retorno a la metafísica o a la ontoteología. El átomo, ese átomo pensado a imagen y semejanza del clinamen, legible tan sólo en sus efectos mas imperceptible e ilocalizable en sí mismo, inexistente en la medida en que no se encuentra ya en relación con otros átomos, tiende, desde esta perspectiva, a confundirse con el vacío. ¿Es necesario recordar el hilo rojo que une al atomismo con la escuela eleática y, para lo que aquí nos interesa, en concreto, con Zenón, quien defendiera la segmentación ad infinitum tanto del espacio como del tiempo? La crítica spinoziana del atomismo, correcta en lo fundamental, pues que dirigida contra una comprensión vulgarizada del atomismo, resulta innecesaria desde el momento en que el átomo es concebido en su carácter inobjetivo, de cuasi-objeto, a semejanza del clinamen, como diferencia en el vacío que rompe el vacío.

El átomo no preexiste a su encuentro con otros átomos. Los átomos y el vacío, como aprendiera Epicuro de Leucipo y Demócrito, forman un campo trascendental, un plano de inmanencia que ha de ser extraído/abstraído de un mundo ya dado, de un sistema de entes que no deja de cambiar y que parece encontrarse siempre al borde de la destrucción. ¿Cómo se explica la formación, la emergencia del mundo y de nosotros, sujetos éticos, en él? Llueve, decía Althusser para definir el peculiar “origen” de este materialismo del encuentro. ¿Pero qué extraño materialismo es éste en el que la materia ha perdido toda su solidez para devenir flujo, fluido, lluvia? La imagen lucreciana de una lluvia de átomos que caen en paralelo a lo largo de un espacio infinito por un tiempo que no es sino el de la eternidad nos deja, sin duda, una de las más excelsas metáforas espaciales para referir la temporalidad, pero también nos permite delinear la genealogía sorprendente del instante presente tal y como nos es dado. Pensar esa condiciones materiales de existencia que nos hacen ser lo que somos, enseña el epicureísmo, es fuente del más alto de los placeres. No es casual que la Iglesia quemara a Giordano Bruno por ello. Trataremos de repetir su gesto. De disfrutar del lapso que el Profesor José Luis Moreno Pestaña muy amablemente nos ha concedido para repensar el epicureísmo.  

miércoles, 19 de febrero de 2014

La traición de Clitemnestra

«tú que eres y serás / cuando yo ya no sea  /
X sordo / mazo gigante / rompiendo mi cabeza»
G. Bataille, La Orestiada


«Una vez que Perséfona casta por varios caminos
Retiró de mi vista las almas de aquellas mujeres,
Vino Agamenón, el Atrida; llegaba sumido
En tristeza y en torno reuníanse las almas de aquellos
Que su sino cumplieron con él en las casas de Egisto.
Conocíome al momento que en mí se posaron sus ojos
Y clamó en alta voz derramando espesísimo llanto.
A mi encuentro tendiendo las manos trató de [abrazarme,
Mas faltaba del todo ya en él la indomable energía
Y el vigor que otro tiempo animara sus ágiles [miembros.

Brotó el llanto en mis ojos al verle, apiadóse mi alma
Y, dejándome oír en aladas palabras, le dije:
“¡Gloriosísimo Atrida, oh tú, Agamenón soberano!
¿Qué destino te vino a abatir en la muerte penosa?
¿Fue quizá Posidón quien dio fin a tu vida en las naves
Suscitando las ráfagas fieras de vientos adversos
O matáronte en tierra los enemigos al tiempo que [hacías
De sus bueyes botín o sus pingües rebaños? ¿O en la lucha
Sucumbiste por una ciudad o por bellas mujeres?”

Tal hablé. Sin hacerse esperar contestó por su parte:
“¡Oh Laertíada, retoño de Zeus, Ulises mañero!
En verdad no acabó Posidón con mi vida en las naves
Suscitando las ráfagas fieras de vientos adversos
Ni me dio muerte en tierra tampoco ningún enemigo;
Que fue Egisto el que urdió consumar mi ruina de acuerdo
Con mi pérfida esposa. Invitado a su casa, en la mesa
Me mató como matan a un buey de cara al pesebre
Con la muerte más triste; y en torno también uno a uno
Sucumbieron mis hombres. Así colmilludos jabatos
Van muriendo en la casa de un noble opulento en los días
De comidas a escote, de bodas, de ricos festines.
Tú ya has visto, sin duda, morir multitud de varones
Tanto en lid singular como en recios combates de guerra;
Pero nunca sentiste una tal compasión cual te hubiera
Embargado si allá entre las jarras y mesas repletas
Nos miraras yacer en el piso humeante de sangre.
Oí, en esto, la voz lastimera de la hija de Príamo,
De Casandra, a la cual sobre mí la falaz Clitemnestra
Daba muerte; expirante ya en torno al cuchillo, los brazos
Intenté levantar, mas en vano. Y aquella impudente
Apartóse y no quiso, ni viéndome ir al Hades,
Con sus manos mis ojos cubrir ni cerrarme los labios.
En verdad que no hay nada más fiero ni más miserable
Que mujer que tamañas acciones prepara en su pecho,
Como el crimen inicuo que aquélla ideó de dar muerte
Al esposo, señor de su hogar. ¡Y yo, en tanto, pensaba,
Al llegar a mi casa de nuevo, gozar del cariño
De mis hijos y siervos! Sin par en su mente perversa,
La ignominia vertió sobre sí y, a la vez, sobre todas
Las mujeres, aun rectas, que vivan de hoy en el mundo.”
De ese modo él habló y, a mi vez, contestándole dije:
“¡Oh desgracia! De antiguo ya Zeus, el de amplia mirada,
Al linaje de Atreo con saña persigue ayudando
Mujeriles designios: Helena perdiónos ya a muchos
Y ahora a ti de tan lejos urdió su traición Clitemnestra.”

Tal hablé. Sin hacerse esperar contestándome dijo:
“Así, pues, no seas tú, por tu parte, remiso tampoco
Con tu esposa ni le hagas saber todo aquello que pienses;
Dile sólo una parte y esté lo demás bien oculto.
Mas, ¡oh Ulises!, a ti no te vendrá por tu esposa la muerte,
Que de mente bien cuerda y honrado sentir en el pecho
Es la hija de Icario, Penélope, insigne en prudencia:
Desposada en su flor juvenil la dejamos nosotros
Al partir a la guerra y un niño tenía en su regazo
Tierno entonces aún, mas que ya entre los hombres se cuenta.
¡Bienhadado! Su padre ha de verlo una vez que allí llegue
Y él también, como es ley, echaráse en los brazos del padre,
Mientras ella, mi esposa, impidió que saciara mis ojos
Contemplando a mi hijo: primero acabó con mi vida.
Otra cosa te habré de decir, tú reténla en tu mente.
A escondidas y no al descubierto dirige a tu patria
El bajel: no es posible hoy más confiar en mujeres.»

Odisea, XI, 385-456.

Pablo Lópiz Cantó

Para una filosofía de la inmanencia